martes, 26 de mayo de 2009

Don Jaime

Casi todos los días le saludo de lejos; creo que hasta ahí llegara mi educación. Él no se me acerca como lo hace con los otros vecinos. No es por falta de confianza. Le tiene miedo a los perros y yo no me tomo el tiempo para decirle que no muerden, porque la verdad no me haría nada feliz que los tocara.
Desde que nos vimos por primera vez él fingió que yo era uno de los de costumbre y para sentirme parte de algo yo hice lo mismo.
Encontrarlo detrás de esas cajas que parecían un montón de basura fue una sorpresa. Salieron del montón de cartones unas palabras “Buenas que majícos perrícos”.
Solo atine a decirle gracias, luego me di media vuelta, jale a los perros para que no se acercaran y me fui no; aguantaba el olor.
Como el frió ya se ha ido ahora Don Jaime toma su respectivo baño semanal lo he visto desde el bus cuando cruzo sobre el puente de hierro.
Hoy que tomé el camino largo caminando por la orilla del río. Podía ver las torres del Pilar, las garzas y los patos que descansan en las pequeñas islas que se forman cuando el caudal baja. Salí de la rivera y caminé a casa, vi a Don Jaime que a paso lento levaba el mismo rumbo que yo. Me acercaba y mientras meditaba si lo apropiado era frenar el paso y no alcanzarlo o acelerar y pasarlo aguantando la respiración para evitar su olor. En su mano derecha sostenía una botella desechable de un litro de cerveza casi vacía. En la mano izquierda jalaba una manta que se arrastraba dejando un rastro de humedad en el piso. De pronto paro entonces supe que mi oportunidad de pasarlo era inmejorable. A seis metros sentí el mismo hedor que cuando levantas la tapa del contenedor de basura.
Don Jaime dejo caer la manta y mientras empinaba la botella, su mano izquierda se dirigía a su espalda baja, pensé que era parte de su técnica depurada de ingestión de bebidas para equilibrar fuerzas, pero fue un error, luego arqueo su espalda e introdujo su mano en el pantalón. En ese momento pensé que todos tenemos un derecho universal de rascarnos una nalga. Claramente pude notar mientras más me acercaba que lo que rascaba con pericia e intensidad no era su músculo. Saco su mano justo al pasar junto a él. Retiro la botella vacía de su boca con los ojos cerrados la dejo caer. Al mismo tiempo acerco su mano izquierda a su cara; sus dedos se veían sucios y con las uñas largas. Metió con cuidado el dedo índice y el medio a cada uno de los orificios de su nariz, hasta que sus uñas desaparecieron y en ese momento, saco el aire que le quedaba por la boca y tomo un gran respiro a pesar que sus vías estaban obstruidas que le devolvió la vida y a mí las ganas de algún día darle la mano.

No hay comentarios: