martes, 23 de marzo de 2010

a mi amigo...


Después de escribir unas líneas a todos los que lo conocieron, me desgarra el corazón a mordidas y me abruma la tristeza. Entendí que su vida se me había escapado como arena y nadie estaba preparado... menos yo, una vida que aunque corta como un día de verano, la supimos aprovechar y el la llevo como siempre, feliz y patas parriba hasta el último momento.

Me gustaría estar junto a el, abrazarlo y recibir el consuelo que me dan sus ojos, me hace falta como el aire en cada respirar. Siento soledad como si caminara a mitad de un desierto, y por más vino que tomo para embriagarme de olvido, me invade el vació que se forma dentro de la botella mientras las gotas caen lentamente.

Hoy solo espero que el tiempo borre con cada paso y en lo que tardo en dar la vuelta en la esquina, el dolor que me empapa, y sin perder la memoria poco a poco su ausencia desaparece como lluvia al sumergirse en los charcos que no volverán a sentir el andar de sus patas.

viernes, 19 de marzo de 2010

Un avion de papel


Esto de viajar no me va, bueno por lo menos en avión, no ayuda ser un hipocondríaco de primera, y es que considero que un avión es como un frigorífico abandonado después de meses sin usar, que al abrirlo podemos encontrar todos los patógenos y mucosidades siniestras dispuestas a contratacar. Lo que puede poner patas arriba mi vida, sino es por las dos pastillitas maravillosas de tafil que me tomo en el taxi camino al aeropuerto para poder entrar en el avión con la dosis adecuada justo antes de sentarme en mi lugar.

Por otro lado, tenemos que cuando a los cinco años jugaba con mi hermana Alejandra a los viajes en avión, ella siendo la mayor siempre tenía el poder de escoger el destino de mi personaje en cada aventura, unas veces era la aeromoza y mientras ella veía la tele (claro, porque viajaba en primera clase), yo le traía de la cocina cualquier cosa que ella quisiera cada vez que prendía el foquito rojo de control remoto.

En definitiva, ser el avión no era de mis preferidos y menos cuando venían mis primos porque me tocaba estar tirado con los brazos extendidos soportando el peso de todos ellos, sin embargo, lo mas difícil era cuando el capitán anunciaba a través de el rallador de queso que hacia las veces radio, a los pasajeros que tuvieran cuidado porque al parecer habría una fuerte turbulencia, lo que traería como consecuencia que todos brincaran sobre mi.

Se puede considerar, que lo que marcó mi vida aeronáutica fue el día que me toco hacer de equipaje, que consistía en meterme dentro del saco de dormir, rellenarme con toda la ropa sucia del cesto y después de ser envuelto en papel film para que nadie me abriera y sacara la valiosa carga que llevaba dentro, era arrastrado sobre una patineta por todo el salón y terminaba encerrado en un baúl de la habitación durante todo el vuelo, que podía tomar aproximadamente un capitulo de Heidi y Mafalda.

A consecuencia de esto, y aunado a mis males psicológicos principalmente, esto de volar en avión me causa un repelús insoportable, y me da un yuyu desde que tengo en las manos los billetes. Y sin drogas el saberme encerrado en una lata de sardinas con alas, rodeado de cientos de personas llenas de bacterias y virus sería imposible de llevar.

Así mismo, el peor de los momentos, después de los niños que lloran, dan patadas al respaldo de mi asiento y corren por los pasillos, la gente vomitando en pequeñas bolsitas de papel despues de engullirse la cajita feliz que les dan a la hora del lunch, sentirme acorralado entre dos grandulones que ocupan a sus anchas los reposa brazos, lo arriesgado que puede ser sentarse en una taza metálica poco sanitaria que podría succionarnos las tripas, de tantas y tantas cosasa, nada me pone tan mal como que el piloto anuncie que nos abrochemos los cinturones porque vamos a encontrar algo de turbulencia en el camino.